Ser colombianos implica muchas cosas. Nos gustan los clichés, las novelas con la eterna historia del pobre que se vuelve millonario por un papa perdido; historias de amor fotocopiadas y libretiadas por el inefable Julio Jiménez, y con ese humor fálico de retrete -ese mismo que recordamos de novelas como Betty la Fea-. Es por eso que estamos acá, nosotros, los que hacemos este blog de porquerías, narcisista, crudo y pueril (más recientemente llamado pusilánime).
Hoy, con especial motivo de la infaltable celebración a la soberbia femenina, desplegamos lo menos peor de nuestra inspiración; no solo para que se les infle el ego, sino para alentarlas a tratar bien al mundo que ya manejan.
Con el desprecio que me merezco, y tras una espantosa historia a la que no hay lugar ahora, debo reconocer que soy altamente misógino. Me gustan las mujeres, son lo más lindo de este puto planeta. Sin embargo, son lo más peligroso, violento, cruel y traicionero. -Ahora mismo me relamo los pocos bigotes que tengo sabrosiandome con los recuerdos de mi última faena sepstual-. A lo que vamos con toda esta parafernalia, es a la represión implícita a que nos llevan estos avechuchos con vagina.
Desgranando la idea (como decía mi ágüela), nos referimos al hecho de mantener, indefinidamente, nuestras eses dentro de nuestros piscineros cuerpos. Pues sí, resulta que por mera pena, o por tirárnoslas de cuerpos gloriosos, evitamos cagar en casa ajena; más cuando es la casa de la novia. Bien, no somos precisamente cuerpos gloriosos. Es más, por la compulsiva ingesta de "aguas pichas" (especial énfasis en Cecilio, perro ordinario que gusta del Chamber), tratamos de evitar cagar a toda costa, aun cuando ello implica diarrea -léase cagar como sopita-, mientras hacemos cara de maricas, pujando para adentro y soportando la presión intestinal.
Yo no sé ustedes -estúpidos y sensuales lectores-, pero eso es una cosa muy hijueputa. Hay cosas que la constitución debió contemplar, porque ese hecho es un esfuerzo muy pirobo. Es una cosa inmensa que hacemos por las mujeres, cosa que no es proporcional al amor en ninguna dimensión. Mujeres ¿qué mas demostración que esa?
Bueno, ya para terminar queda la reflexión, Niña: cuando el amor por una mujer supera al amor por la salud intestinal y digestiva, no le ponga cachos a su hombre, no sea hijueputa. Otra cosa es que se le tire los pedos y sabanee. Ahí si la entendería, mujer.
Pd: Mis pocos seguidores y lectores sabrán entender el tono rosa de mis últimos tweets (@ramplon_sisimo), cuestiones de amor. Yo sabaneaba mis escapes gaseosos.
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