Este blog, como cualquier otro proyecto en sociedad, está sujeto a cambios y alteraciones. En este caso, y a raíz de algunos desacuerdos de concepto con mi compañero de causa, Cecilio, pondré los puntos sobre las "íes"; sobre tan desastroso pero intrascendente hecho. A él —Cecilio—, le emputa mi estado emocional, y más aun el hecho de que deje ver el vestigio de humanidad que me queda. Por mi parte, descubrí cuan borracho y sentimental me he vuelto. Todo, por la verraca cuenta de Twitter (o tuirúr, como algunos wannabies chibchas lo pronuncian).
No quiero despertarme todos los días con un control del televisor agarrado en la mano izquierda, y una toalla en la derecha. No quiero ver la luz del sol sobre una cortina manchada. No quiero ver a la gente con el habitual desprecio que me producen; mezcla de envidia y misantropía. No quiero ver entre las miradas esa pisca de lástima que acostumbro sentir. No quiero tener un teléfono que nadie sabe, aunque tampoco quiero que todos lo sepan. No quiero tener un plástico que diga quién soy. No quiero tener la desesperanza de estar desesperado todo el tiempo. No quiero no querer.
En cambio, porque así lo dispone la costumbrista imagen que generamos, tengo que parecer molesto y kool —sí, como la marca de cigarrillos— ante todo los eventos de mi asperjada vida. Acaso, ¿Quién coño soy yo para no sentirme como un trozo de mierda de vez en cuando? Está demostrado: soy una güeva y tengo el derecho, es más, el deber de sentirme como un culo; porque así lo dispuso mi maltrecho destino. Y no me las voy a tirar de lo que no soy. Vivo entre las miserias, como muchos de los pendejos que leen esto, que sé, deben ser muy pocos.
Algo de lo que me promueve a exponer mi infelicidad en twitter, es el hecho de lo hago de una forma anónima. Aunque cobarde, es una costumbre que conservo de la maldita y endemoniada red "Facebook"; donde las retrospectivas solo hacen evidentes las miserias públicas, los fracasos y los enervantes y huecos pensamientos, ocultos tras una foto siempre feliz. Me dirán idiota, cobarde e imbécil, pero prefiero demostrar cuan infeliz soy ahora, tras el velo de dos o tres palabras pensadas antes de ser vomitadas. Fin.