viernes, 11 de febrero de 2011

Movilidad y parsimonia mental.

Es poco probable ver en otra ciudad latina un panorama más preocupante que el de está; que se cae a pedazos bajo la innegable ineptitud de Samuelito y de su mami que, recientemente, le soltó un poco la rienda. La movilidad, epítome primordial que demuestra la gestión gubernamental en nuestra urbe, se encuentra indigesta. No es solo el constante y apabullante sobre-cubrimiento de nimiedades por parte de los zoretes que manejan nuestros medios de comunicación (locales y nacionales); sino la excesiva conformidad con la que, culturalmente, asumimos –rolos, indios, corronchos y demás okupas por igual- con demasiada parsimonia lo que nos hayan de ofrecer.



Ese pensamiento campirano, tercermundista, montañero y pueril de tomar las cosas como vengan, es el que nos tiene tan conscientemente sumidos en esta catacumba de los mil demonios, de fracasos y baja autoestima; sin posibilidad alguna de surgir de entre los entresijos del subdesarrollo.


Aceptar las cosas como son implica renunciar a los derechos que, como ciudadanos, nos ganamos al nacer en este tierrero de gente inmunda y ampona. Aunque la paupérrima y violada constitución del 91 nos entrego el derecho a abrir la jeta, a utilizar el hocico y el cerebro, dimos por hecho que la pelea terminaba así. Los pocos y escasos cerebros existentes en este país han hecho lo mejor por hacer buen uso de sus capacidades, emigrando a países como Kazajistán, Somalia o Sierra leona, donde la esperanza de una vida mejor es, claramente, mucho más sostenible que acá.


Es por ello que hago un llamado a que se den un golpe en la tusta –y que de paso me lo den a mi-, para salir del letargo y proponer protestar por lo que no nos gusta (Aclaración: se excluye de esta idea toda estupidez y grupo creado en redes sociales: imbéciles sin oficio), por nuestros derechos a ser, tener y poder; al que por justo derecho tenemos como un ampón mas de este cagadero de nación.


Las cosas se deben hacer como nuestros antecesores muy bien nos enseñaron: a los trancazos, a sifonazos, a piedra y pata. Cuando la alta sociedad ve a la chusma emberriondada, es cuando aprietan esfínter y reducen el robo a sus justas proporciones, permitiendo así una amponería más humana.

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