viernes, 2 de marzo de 2012

Consejo pendejo de la semana

Por mera solidaridad de género, escribo estas palabras para poner mi granito de arena, en pro de colaborar a una de las causas más solemnes y altruistas que he podido descubrir en mis últimos años de vida.

Hace poco, víctima del aburrimiento en el transporte público, escuche una conversación de dos atípicos sujetos que planteaba el paradigma: ¿Cómo le pido a mi hembra que hagamos el amor por la colita?

En un principio, me produjo ternura y un extraño sentimiento de solidaridad.  Creo firmemente que todos los hombres en algún momento de nuestras vidas hemos tenido que enfrentar esa difícil situación: ¿cómo mierda le digo que le quiero bajar los renacuajos por colectora? Es ahí donde la duda, la pena, la inseguridad; todo confabula para hacernos parecer perturbados.

Reflexioné sobre cuantas veces tuvimos que barnizarnos el mástil, de ahorcarnos el gansito, acogotarnos la gallota, hacer llorar a la cobra; y sufrí en carne propia todos estos vejámenes que tenemos que pasar por la falta de cojones de pedirlo de manera tajante, como el derecho constitucional nos lo permite.

Inicialmente, pensaba que pedirle a ellas permiso para ponerle el anillo de cuero era algo irrisorio, de manera que era mejor hacerse el pendejo y desfogarlo sin previo aviso, para después atribuir el incidente a una falla de puntería, a la desviación típica por la rotación de la tierra o la falta de percepción de profundidad. Después de un tiempo, entendí que era algo que debía acordarse previamente; todo gracias a que ellas no siempre están preparadas para que les revuelvan la pomada (ustedes entienden).

Para concluir, mi consejo pendejo de la semana es: No sea tan guache de empujárselo sin aviso previo, pero tampoco lo pida con ternura (no tiene nada de tierno empujarle 20 Cm —o menos— de carne por el ojete), hágalo con pasión y espere el momento indicado, es decir; un descuido con preaviso.

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