viernes, 6 de agosto de 2010

Feliz cumpleaños: ¿Bogotá?


No es fácil tener actitud positiva un viernes, después de una semana profundamente cundida de situaciones ignominiosas y con alicientes tan ínfimos. Y aun más difícil para alguien que sufre de este mal, mal como el mío; que se compone de un continuo e incesante envenenamiento y qué en ocasiones, se siente como arena recorriendo el torrente sanguíneo. A pesar de ello, del temblor de las manos, la vena que resalta en mi frente y el constante olor a aneurisma, —que me acompañaran mientras siga caminando por las pobladas autopistas de la mediocridad de mi querida pero atiborrada comarca—; les orientare a ustedes, desocupados lectores, dándoles el porqué de mi actuar, y el porqué no cambiare.


Entretanto, se celebra hoy el cumpleaños de la Bogotá tierna, la Bogotá que nuestros próceres soñaron como la capital del sueño Bolivariano. Esta misma metrópoli que nació del otrora chorro de Quevedo; ahora el mieadero donde jarta chicha el universitario promedio, el malandrín hincha de algún equipo de futbol y, por último, el atracadero a diestra y siniestra.

En mi particular caso, la percepción de Bogotá puede resultar un tanto bizarra. En parte porque recuerdo con mucha nostalgia, la Bogotá donde nací. Esa a la que había que tenerle miedo, donde los destartalados buses que recorrían la repleta Caracas (antes de las obras de Trasmilenio), atestada de sus llamativos colores naranjas y rojos de sus anuncios, plagada de vendedores ambulantes y mariachis borrachos. Recuerdo las navidades donde la pólvora salía por doquier y el grito de una quemada por sus mismos efectos sonaba en una cadencia exacta. Todas estas imágenes y muchas más que de allí mismo vienen, me hacen preguntarme por qué debo agradecerle a esta urbe: ¿Tengo que agradecerle por que en ella aprendí lo que era: "civilización", "modernidad" ó "cultura"? Pues no. (Me encanta auto responderme).

No le debo nada a esta urbe, porque fui criado a la mala y me obligaron a hacerlo acá. No estoy aseverando que esta ciudad sigue siendo una flagrante porquería —aunque realmente lo sienta—, lo que quiero transmitir, sencillamente, es que no le debo nada a esta ciudad ni ella a mí. Yo no he tenido grandes oportunidades, no me ha regalado nada (ni siquiera una tostada ó un patacón), ningún beneficio particular solo por haber sido parido en esta maloliente ciudad. De hecho, me han robado muchas más veces de las que me he encontrado una u otra cosa de valor.

En cuanto a mí, tampoco le he dado nada a esta ciudad. Los pocos impuestos que pago, se deben en parte a que se los cobran por derecha. Entonces: estamos a mano. Este caserío, saturado de malas gentes, malas costumbres y aun peor: malos gustos, fue un lugar en el espacio que me vi obligado a ocupar y, este lugar no debe agradecerme el hecho de tener que alimentarme, aguantar su cotidianidad y defecar en sus fuentes hídricas.

Así es qué: Bogotá, dejemos así. Yo tratare de soportar las tribulaciones diarias de este desparpajo de ciudad hasta que: Ó bien me muera, o me alcance la plata para vivir en Buga, Villa de Leiva, Ciénaga, Tacurumbi, Quibdó ó ya en ultimas —y porque no— en Cúcuta.

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