jueves, 22 de julio de 2010

De cómo conocí a una cualquiera, no cualquiera.


Como mi cofrade de esta guarichada se puso un tanto trascendental con sus sosas entradas sobre la vida real, no tuve más remedio que entrar en su juego. Lamentablemente –y en parte debido a– porque eso es lo que le gusta a este pueblo de gente morbosa y voyerista.

Pues bien, les cuento entonces que muy a menudo, en mis frecuentes visitas al centro más histórico y representativo del centro Bogotano, me he aventurado a conocer todos los aspectos de este: el mal llamado "bajo mundo". Para ser franco, muchos de quienes somos asiduos visitantes del amor pago tenemos nuestras sicológicas razones para estar ahí.

Algunas veces he tenido buenas experiencias, algunas no; pero siempre he de revivir estos inolvidables momentos al lado de tan poco despreciables zánganas. Para ello, tengo un amigo al que solo llamare "Don proxeneta", quien me guía por los senderos de la perdición e incomprensión del populacho ante este coloquio Bogotano.

Lo importante del caso es que, son ellas, quienes con el tesón propio de tan flagrante epitome social, cumplen con un servicio tan necesario como los instaladores de Telmex, los trabajadores del grupo Nule o los del IDU, haciéndonos rememorar con alegría que el sudor del trabajo duro tiene sus recompensas. Algo que ignoraba hasta cierto momento de mi vida, era el universo del que se compone este selecto grupo económico. Ellas son quienes en una clase de economía solidaria reúnen para un arriendo, mantener a tres pelaos y guardar unos pesos para zapatos ó perico –entre otros–. Este es el caso de "Marta", quien es conocida comúnmente por su nombre artístico: "Pantro".

Resulta que una noche de tragos, después de mi segunda noche de seguido en el vecindario le conocí. Trate de ser su amigo porque estaba mamado de estar mamado y me conto de su poco sana obsesión con los abrigos. Resulta que ellas también tienen sus fetiches, el mío era solo coleccionar la mayor cantidad de alcohol en mis viseras, la de ella solo llenar su ropero. Después de eso seguimos hablando un par de veces, ahí fue cuando vi que este mundo, para ella era como el de la oficina, solo que con horario distinto.


Es por esta razón que hago un llamado a respetar a nuestras putas, porque ellas tienen un corazón muy grande. A diferencia de muchas de las barraganas que conocemos, no venden su corazón por una salida a rumbear, tres vasos de aguardiente "tres patadas" y la jeta de niño play. Por el contrario solo alquilan su cuerpo. Eso, para mi, es mucho más sano que las acrobacias de nuestras muerganas infieles.

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